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LAS HIERBAS SUECAS o las gotas de Amargo Sueco

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INGREDIENTES

10g de Aloe*
5g de Mirra
0.2g de Azafrán
10g de hojas de Sen
10g de Alcanfor**
10g de raíces de Riubardo
10g de raíces de Cedoaria
10g de Maná
10g de Triaca (Teriaca) Veneciana o de Andrómaco
5g de raíces de Carlina
10g de raíces de Angélica

*En vez de Aloe se puede tomar Ajenjo en polvo.
** Sólo se debe tomar Alcanfor natural y únicamente el chino.

PREPARACIÓN

Estas hierbas se meten en una botella de cuello ancho, se cubren de 1'5 litros de aguardiente (38-40º) y se maceran durante 15 días al sol o cerca de la lumbre. Se agita cada día; lo mismo se hace antes de colarlo y antes de cada uso. Primero se puede llenar solo una botellita para el primer uso; el resto se guarda el tiempo que se quiera sin colarlo. Las Hierbas Suecas se guardan en botellitas bien tapadas en un lugar fresco. Así se conserva este elixir muchos años. Cuanto más viejo se hace más eficaz es.

La receta del Amargo Sueco fue descubierta entre los escritos del célebre médico sueco y rector de la Facultad de Medicina, Dr. Samst, después de su muerte.

El Dr. Samst murió a los 104 años de un accidente que sufrió cabalgando. Sus padres y abuelos también habían alcanzado una edad patriarcal.

Lo que voy a contar ahora suena como un cuento, sin embargo corresponde a la realidad. Yo era una mujer joven, cuando llegué gravemente enferma a un lugar cerca de Lembach en el Mühlviertel. Después de haber sido expulsada de mi patria, los Sudestes Alemanes, estuve en un campo de refugiados bávaro donde a causa de una intoxicación de carne caí enferma de tifus, que se complicó con una ictericia y una oclusión intestinal. Más de medio año estuve en un hospital. Cuando mi marido nos hizo venir a mí, a nuestro hijo y a nuestras madres a Austria, todavía me sentía tan mala que casi no podía tenerme en pie. Por la noche me entraban unos dolores como si me atravesaran el cuerpo con una espada. En esos momentos no podía ni moverme, ni estar de pie o acostada; los dolores me provocaban accesos de vómitos y diarreas. Estaba hecha una calamidad. El médico constató que se trataba de dolores consecutivos del tifus, que se manifestaban con frecuencia muchos años después de la enfermedad. Un día me trajo una mujer una botellita con un líquido marrón oscuro de un fuerte olor. Dijo que había oído hablar de mi dolencia y que quería ayudarme. Esas Hierbas Suecas también la habían liberado a ella de una mala enfermedad. Me enseñó también la copia de un manuscrito antiguo en el que se leía en 46 párrafos los males que curaban las gotas. La mujer dijo también que la receta provenía de las obras póstumas de un famoso médico sueco y según estos escritos todos sus familiares alcanzaron una edad fabulosa. Las Hierbas Suecas curaban, como indicaba el párrafo 43, "tumores, pestilencias y bubones, aunque estuvieran ya metidos en la garganta". Por el momento puse la botellita en el botiquín. No podía creer de ninguna manera que esas modestas gotas pudieran devolverme la salud, ya que ni siquiera el médico podía ayudarme. Pero pronto cambié de opinión. Un día, estando sentada ante una enorme cesta de peras muy maduras que tenía que aprovechar antes de que se estropearan, me sobrevino nuevamente uno de esos ataques tan dolorosos. Como me enteré de que esas gotas no sólo se utilizaban en uso interno, sino también en uso externo en forma de compresa, me apliqué sin titubear más un algodón empapado sobre la parte dolorida, lo cubrí con una bolsita de nylon y después de subirme de nuevo el liguero me senté para continuar mi trabajo. Tuve una sensación muy agradable de calor y alivio en todo mi cuerpo y de pronto sentí como si alguien me sacara con un simple ademán, todo el mal de mi cuerpo. Les aseguro que con esa única compresa que llevé todo l día debajo del liguero, se me quitaron todos los trastornos que había sufrido durante los últimos meses. La enfermedad había desaparecido como por encanto, nunca más tuve un ataque.

Nuestro hijo, que tenía entonces 6 años, fue atacado por un perro lobo que le dejó cara muy maltrecha. Se le quedaron unas cicatrices abultadas de carne viva en la región de la nariz y la boca. En el antiguo manuscrito pone bajo el número 31 que la Hierbas Suecas eliminan todas las cicatrices, estigmas y cortes aunque sean viejos, si se mojan por lo menos 40 veces con las gotas. Así que untamos las cicatrices de nuestro hijo cada día por la noche antes de acostarse y pronto desaparecieron incluso las que llegaban hasta el interior de la nariz.

Con estas experiencias llegué en 1953 a Grieskirchen. Un día fui a visitar una granja y me encontré a la joven campesina en la cuadra ordeñando las vacas. La mujer, madre de dos hijos, en lugar de saludarme me dijo: "Haz conmigo lo que quieras, estoy rendida, ya no puedo más". Desde semanas padecía de insoportables dolores de cabeza y como el médico temía que se tratara de un tumor en la cabeza, le ordenaba hacerse una radiografía en Linz. La misma tarde mandé a mi hijo con una botellita de Hierbas Suecas a la casa de la enferma, para que con una compresa, por lo menos se le calmaran los dolores durante la noche. Qué grande fue mi sorpresa, cuando a las 7 de la mañana vi al campesino delante de la puerta de mi casa. "¿Qué le has mandado a mi mujer? Después de aplicarle un algodón húmedo, los dolores desaparecieron a los dos minutos. Esta mañana han bajado por la nariz hacia la garganta como dos patones marrones del espesor de un dedo meñique." Era una sinusitis que no había sido tratada y que con una sola compresa de Hierbas Suecas se curó. Esta campesina todavía hoy jura por las Hierbas Suecas. Gracias a ellas pudo salvar hace años a su hijita de una grave pulmonía aplicándole unas compresas, por lo cuál nunca le faltará en casa las famosas gotas.

Una mujer padecía desde hacía meses una dolorosa sinusitis purulenta que le impedía la respiración por la nariz y le causaba dolores de cabeza insoportables. Antibióticos y radioterapias no mejoraron su estado de salud. Por fin se puso, durante las noches, compresas de Hierbas Suecas. La primera noche ya sintió cierto alivio, y después de las tres siguientes noches, las vías respiratorias estaban libres y por la nariz salieron grandes tapones de pus.

Un día me encontré por casualidad con una mujer que conocía sólo de vista y que después del nacimiento de su sexto hijo parecía ser su propia sombra. Le hablé y me explicó que por el momento no conseguía comer nada. Estaba obligada a que cuidaran a sus hijos. Le aconsejé las Hierbas Suecas. Al cabo de tres semanas la volví a encontrar y era otra vez la mujer fresca y sana de antes. Dijo que las gotas habían hecho maravillas, ya podía comer de todo y los niños habían vuelto a casa. "Era como si un bicho grande se hubiera apartado de mi cuerpo", comentó y contó que su madre, que desde hacía mucho tiempo andaba con bastón, tuvo que ingresar en el hospital con un pie muy hinchado. Las 75 inyecciones que le pusieron no le ayudaron. Así que le mandó a su madre el antiguo manuscrito y le recomendó la Hierbas Suecas, las cuales tuvieron enseguida efecto. El pie ya tenía su forma normal y no necesitaba el bastón.

Un día recibí una carta de Alemania, en la cual una conocida me rogaba que me interesara un poco por su sobrina que estaba de momento sometida a una cura en Gallspach. Cuando la joven vino por primera vez a mi casa me quedé pasmada. La sacaron del coche y ayudándose con un par de muletas, consiguió con dificultad subir hasta el primer piso; a pesar de la ayuda que le prestamos tardó un cuarto de hora en llegar. Las articulaciones de ambos pies las tenía deformadas y los dedos estaban tiesos e incapaces de sostener algo. Andaba arrastrando los pies y empujando el tronco bruscamente hacia delante. Yo estaba en la puerta de mi casa con las manos en el corazón y sin poder decir nada más que: "¿Cómo ha cogido usted, siendo tan joven, esa enfermedad tal mala?"."De la noche a la mañana, después del cuarto parto", contestó. Así que de pronto y cuando menos se lo esperaba, esta bella y joven mujer se encontraba deformada y sin poder levantarse de la cama. En Alemania la llevaron de un médico a otro y nadie podía ayudarle. Dos veces al año, ya desde hacía cuatro años, venía a Gallspach al doctor Zeileis, quien tuvo que decirle que no podía curarla sino solamente aliviarla. Se me estremecía el corazón al ver como intentaba, con sus manos deformadas, llevarse la taza de café a la boca. Le recomendé las Hierbas Suecas que entonces vendían en Alemania bajo el nombre de "Crancampo". Hoy ya venden en muchas farmacias las Hierbas Suecas preparada según la receta indicada más arriba. Le dije que probara a ver si le ayudaban. Eso fue en febrero de 1964. En septiembre del mismo año recibí una llamada telefónica de la misma mujer desde Gallspach, rogándome que fuera a buscarla a la parada del autobús. Primero me extrañé, pero más tarde, cuando bajó del autobús una joven con una sonrisa en los labios y con un solo bastón en la mano, me quedé con la boca abierta. El agarrotamiento y la deformación de las manos habían desaparecido, así como gran parte de las deformaciones de los pies. Únicamente en la pierna izquierda tenía la rodilla y el tobillo hinchados. Cuando nos vimos un año más tarde, el 3 de agosto de 1965, la pierna estaba también curada. Entonces vino por última vez a Gallspach, sin bastón y completamente sana. Cuando nació su cuarto hijo, sus riñones sufrieron tales trastornos que le causaron del día a la mañana aquellas graves deformaciones. Según mis consejos tomó tres veces al día una cucharada sopera de Hierbas Suecas diluidas en un poco de agua tibia; las bebía cada vez a sorbos antes y después de las comidas. Aunque se trataba de una maceración en aguardiente, los riñones soportaron el tratamiento.

Voy a seguir contándoles mis experiencias con la Hierbas Suecas para demostrarles su eficacia maravillosa. De mi hermana que vive en Alemania supe que una conocida nuestra de Leipzig se encontraba desde hacía 15 años dependiendo de un sillón de ruedas. Durante los años de la Segunda Guerra Mundial había vivido en Praga y en 1945 fue obligada, como muchos otros alemanes, a vivir en el sótano de su casa. Allí tuvo que quedarse durante muchas semanas sin tener ni siquiera paja para acostarse. Más tarde se fue con su marido a Leipzig, donde pronto se presentaron deformaciones gravísimas de las articulaciones. La consecuencia fue una vida en el sillón de ruedas. Yo sólo me enteré de ese caso, cuando el marido murió repentinamente dejando a su mujer sola, la cual encima de todo, tuvo que dejar su piso y trasladarse a una habitación ya amueblada. No está permitido mandar desde Austria a la República Democrática Alemana hierbas medicinales u otros productos que puedan servir de medicamentos. Por eso tuve que ir cada vez - es decir, dos veces por mes - a un pueblo fronterizo bávaro para enviar las Hiervas Suecas a Leipzig. Pronto recibí noticias positivas. La enferma tomaba tres veces al día una cucharada sopera de las gotas diluidas en un poco de agua, a sorbos distribuidos antes y después de las comidas. Poco a poco iban curándose las deformaciones y las articulaciones se volvieron más ágiles. Rezábamos a Dios, ella en Leipzig y yo en Grieskirchen. Después de nueve meses llegó el momento en que la convaleciente, que había estado15 años paralizada en su silla de ruedas, pudo salir por primera vez de su casa. De día en día iba mejorando. Ya podía limpiar sola las ventanas de su habitación y ocuparse de sus demás quehaceres. Ya no dependía de la ayuda de personas caritativas. El detalle siguiente demuestra la gran confianza en Dios que tenía a pesar de su grave enfermedad: Un tilo que crecía delante de su ventana era la mayor alegría de su vida durante su larga invalidez. Lo contemplaba cuando brotaba y florecía y cuando más tarde se volvían las hojas amarillas. En invierno observaba a los pajaritos que se posaban en las ramas desnudas y todo eso era una continua fuente de felicidad para ella. Cada día daba gracias al Señor por ese don.
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